PAGINA EN CONSTRUCCION, DISCULPE LAS MOLESTIAS.

...A partir de ahora la tomo entre mis manos....


...me dijo Sartre al anunciarme mi admisión. Le gustaban las amistades femeninas. La primera vez que lo ví en la Sorbona llevaba un sombrero y conversaba con aire animado con una estudiante grandota que me pareció muy fea; pronto le desagradó; se había hecho amigo de otra más bonita, pero llena de complejos y con la que no tardó en disgustarse. Cuando Herbaud le habló de mí quiso conocerme enseguida; y ahora estaba muy contento de poder acapararme; a mí, ahora, me parecía que todo el tiempo que no pasaba con él era tiempo perdido. Durante los quince días que duró el oral del concurso sólo nos separabamos para dormir. Ibamos a la Sorbona a pasar nuestros exámenes y a escuchar los de nuestros compañeros. Salíamos con los Nizan. Tomábamos copas en el Balzar con Aron que hacía su servicio militar en la meteorología; con Politzer que se había afiliado al Partido Comunista. Pero generalmente nos paseábamos los dos solos. En los muelles del Sena, Sartre me compraba novelas de Pardaillan y de Fantomas que prefería con mucho a la correspondencia de Rivière y Fournier; de noche me llevaba a ver películas de cow-boys por las que yo me apasionaba como una neófita, pues era versada sobre todo en el cine abstracto y en el cine de arte. En las terrazas de los cafés o tomando cócteles en el Falstaff conversábamos durante horas.
...Se interasaba por todo y nunca aceptaba nada como resuelto. Frente a un objeto, en vez de escamotearlo en provecho de un mito, de una palabra, de una impresión, de una idea preconcebida, lo miraba; no lo abandonaba antes de haber comprendido sus circunstancias, sus múltiples sentidos...
...Con el romanticismo de la época y de sus veintitrés años, soñaba con grandes viajes: En Constantinopla, confraternizaría con los estibadores; se emborracharía en los bajos fondos con los rufianes; daría la vuelta al mundo y ni los parias de la India ni los popes del monte Atlas, ni los pescadores de Terranova tendrían secretros para él. No echaría raíces en ningua parte, ninguna posesión le sería embarazosa; no para conservarse vanamente disponible sino para testimoniar acerca de todo...
...Sartre respondía exactamente al deseo de mis quince años: era ese doble en quien yo encontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él, siempre podría compartirlo todo. Cuando nos separamos a principio de agosto, yo sabía que nunca más saldría de mi vida...
S.D.B "Memorias de una joven formal".

Lo que me ocurre, me ocurre por mí...


...y no podría ni dejarme afectar por ello, ni rebelarme, ni resignarme. Por otra parte, todo lo que me ocurre es mío; con ello ha de entenderse, en primer lugar, que siempre estoy a la altura de lo que me ocurre, en tanto que hombre, pues lo que ocurre a un hombre por otros hombres o por él mismo no puede ser sino humano. Las más atroces situaciones de la guerra, las más crueles torturas, no crean un estado de cosas inhumano: no hay situación inhumana; sólo por el miedo, la huída y el expediente de las condutas mágicas decidiré de lo inhumano; pero esta desición es humana y me incumbe su entera responsabilidad. La situación es mía, además, porque es la imagen de mi libre elección de mi mismo, y todo cuanto ella me presenta es mío porque me presenta y me simboliza. ¿No soy yo quién decide sobre el coeficiente de adversidad de las cosas, y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir de mí mismo?. Así, en una vida no hay accidentes: un acaecimiento social que de pronto irrumpe y me arrastra, no proviene de afuera; si soy movilizado en un guerra, esta guerra es mía, esta hecha a mi imagen y la merezco. La merezco en primer lugar, porque siempre podía haberme sustraído a ella, por la deserción o el suicido; estos posibles últimos son los que siempre hemos de tener presentes cuando se trata de encarar una situación. Al no haberme sustraído, la he elegido: pudo ser por flaqueza, por cobardía ante la opinión pública, porque prefiero ciertos valores a la negación de hacer la guerra (la estima de mis allegados, el honor de mi familia, etc.). De todos modos se trata de una elección; elección reiterada luego, de manera continua, hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues la frase de J. Romains: "En la guerra no hay víctimas inocentes". Así, pues, si he preferido la guerra a la muerte o al deshonor, todo ocurre como si llevara enteramente sobre mis hombros la responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros la han declarado, y podría incurrise en tentación de considerarme como mero cómplice. Pero esta noción de complicidad no tiene sino un sentido jurídico; en nuestro caso, es insostenible, pues ha dependido de mí que para mí y por mí esa guerra no existiera, y yo he decidido que exista. No ha habido coerción, pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, como lo hemos dicho y repetido en este libro, lo propio de la realidad humana es ser sin excusa. No me queda, pues, sino reinvindicar esa guerra como mía. Pero además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una situación que yo hago ser y de no poder descubrirla sino comprometiéndome en pro o en contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mí y la elección que hago de la guerra; vivir esta guerra es escogerme por ella y escogerla por mi elección de mi mismo.
J.P.S. "EL SER Y LA NADA".

Jean Paul Sartre: El rol del Ciudadano

Una sola vez presentí la miseria...


...Louise –quien había trabajado en casa cuidando de Poupette y de mi- vivía con su marido, el retejador, en un cuarto de la rue Madame, en la buhardilla; tuvo un bebé y fui con mamá a verla. Nunca había puesto los pies en una buhardilla. El triste corredor al que daban una docena de puertas, todas iguales, me estrujó el corazón. El cuarto de Louise, minúsculo, contenía una cama de hierro, una cuna, una mesa, y sobre ella un calentador; ella dormía, cocinaba, comía, vivía con un hombre entre esas cuatro paredes; a lo largo del corredor, las familias se ahogaban, emparedadas en covachas idénticas; ya la promiscuidad en la que yo vivía y la monotonía de mis días burgueses me oprimían. Entreví un universo donde el aire que se respiraba tenía gusto de hollín, donde jamás una luz horadaba la mugre: la existencia era una lenta agonía. Poco después Louise perdió a su hijo. Sollocé durante horas: era la primera vez que me enfrentaba con la desgracia. Me imaginaba a Louise en su cuarto, triste, privada de su hijo, privada de todo: semejante desamparo debería hacer explotar la tierra. “¡Es demasiado injusto!”, me decía. No pensaba solamente en el niño muerto sino en el corredor del sexto piso. Terminé por secar mis lágrimas sin haber puesto a la sociedad en tela de juicio.

S.B. "Memorias de una joven formal".

Me volví traidor...


...y no he dejado de serlo. Por mucho que me meta por entero en lo que hago, que me entregue sin reservas al trabajo, a la ira, a la amistad, sé que en cualquier instante lo renegaré, lo quiero así y me traiciono ya, en plena pasión, por el alegre presentimiento de mi futura traición. De una manera general, mantengo mis compromisos como cualquier otro; soy constante en mis afectos y en mi conductas pero infiel a mis emociones; hubo un tiempo en que me parecía hermoso el ultimo monumento, cuadro o paisaje que hubiera visto: enojaba a mis amigos evocando cínica o simplemente con ligereza - para convencerme de que me sentía desapegado- un recuerdo común que podía ser precioso para ellos. Al no poder quererme lo bastante, huí hacia adelante; resultado: aún me quiero menos, esta inexorable progresión me descalifica constantemente ante mi mismo: ayer actué mal porque era ayer y presiento hoy el severo juicio que haré mañana sobre mí. Sobre todo, nada de promiscuidad: mantengo a mi pasado a respetuosa distancia. La adolescencia, la edad madura, hasta el año que acaba de pasar, serán siempre el Antiguo Régimen; el Nuevo se anuncia en la hora presente pero no está instituido nunca: mañana afeitarán gratis. Sobre todo taché mis primeros años; cuando empecé este libro necesité mucho tiempo para descifrar todas las tachaduras. Había amigos que se extrañaban, cuando tenía treinta años: "Se diría que no ha tenido padres. Ni infancia". Y era tan tonto como para sentirme halagado. Sin embargo aprecio y respeto la humilde y tenaz fidelidad que determinadas personas -sobre todo las mujeres- mantienen por sus gustos, sus deseos, sus antiguas empresas, por las fiestas desaparecidas; admiro su voluntad de seguir siendo los mismos en medio del cambio, de salvar su memoria, de llevarse con la muerte la primera muñeca, un diente de leche, un primer amor. He conocido a hombres que se acostaban ya tarde con una mujer envejecida por la sola razón de que la habían deseado en su juventud; otros tenían rabia a sus muertos o se habrían batido antes de reconocer una falta venal cometida veinte años antes. A mí no me duran los rencores y confieso todo, complacientemente; estoy muy bien dotado para la autocrítica a condición de que no pretendan imponérmela.

J.P.S: "Las Palabras".

El horario de las "tres ocho".


Se abrió una puerta y Simone de Beauvoir y yo entramos: la impresión desapareció. Un oficial rebelde, cubierto con una boina, me esperaba: tenía barba y los cabellos largos como los soldados del vestíbulo, pero su rostro terso y dispuesto, me parecio matinal. Era Guevara.
¿Salía de la ducha? ¿Por qué no?. Lo cierto es que había empezado a trabajar muy temprano la víspera, almorzando y comido en su despacho, recibido a visitantes y que esperaba recibir a otros después de mí. Oí que la puerta se cerraba a mi espalda y perdí a la vez el recuerdo de mi viejo cansancio y la noción de la hora. En aquel despacho no entra la noche: en aquellos hombres en plena vigilia, al mejor de ellos, dormir no les parece una necesidad natural sino una rutina de la cual se han librado más o menos.
No sé cuándo descansan Guevara y sus compañeros. Supongo que depende: el rendimiento decide; si baja, se detienen. Pero de todas maneras, ya que buscan en sus vidas horas baldías, es normal que primero las arranquen a los latifundios del sueño.
Imaginen un trabajo continuo, que comprende tres turnos de ocho horas, pero que desde hace catorce meses es realizado por un solo equipo: he ahí el ideal que casi han alcanzado aquellos jóvenes. En 1960, en Cuba, las noches son blancas: todavía se las distingue de los días; pero es sólo por cortesía y por consideración al visitante extranjero.
Pero a pesar de sus extremadas consideraciones, no podían menos que reducir al mínimo estricto las horas imbéciles que yo dedicaba al sueño: acostado muy tarde, me hacían levantar muy temprano. Yo no lo sentía: al contrario, con frecuencia me contrariaba, por tardía que fuera la hora, irme a dormir cuando ellos todavía velaban aunque se hubiesen levantado temprano; por saber que me habían precedido varias horas. Y es que era imposible vivir en aquella isla sin participar de la tensión unánime.

J.P.S: "Huracán sobre el azúcar".

La imposibilidad vencida....

De todos esos noctámbulos, Castro es el más despierto; de todos esos ayunadores, es Castro el que puede comer más y ayunar más tiempo. Hablaré de su locura: la suerte de Cuba. Pero, de todas maneras, los rebeldes son unánimes en eso: no pueden pedir esfuerzos al pueblo si no son capaces de ejercer sobre sus propias necesidades una verdadera dictadura. Trabajando veinticuatro horas seguidas y más; acumulando las noches en vela; mostrándose capaces de olvidar el hambre, hacen retroceder para los jefes los límites de lo posible. Semejante triunfo provisional; esa imagen presente en todas partes, de la revolución actuando siempre, alienta a los trabajadores de la isla a liquidar definitivamente el fatalismo y a conquistar todos los días, sobre el viejo infierno irrisorio de la imposibilidad. Para decirlo todo, los jefes hacen lo imposible. Lo hacen cada día y saben que no lo harán mucho tiempo: la imposibilidad vencida se venga del vencedor acortándole la vida. Pero, ¿experimentan ellos un deseo de morir viejos?.
No les agrada el rebelde que se retira: la rebelión no es un honorariato. Por otra parte, hace cuatro años que tomaron una decisión radical: podrían matarlos, pero no someterlos. De esa manera, su nueva vida nació de una muerte aceptada. Era una iniciación, el bautismo de fuego. Hoy, Batista está derrocado y los otros adversarios de Cuba vacilan: es demasiado tarde o demasiado pronto para pelear. Pero la presencia de la muerte está en ellos; su existencia ya está dada; no se la han quitado todavía, pero siguen ofreciéndola. El frenesí en el trabajo es el desgaste: su vida arde y se consumirá rápidamente por una obra que durará mucho tiempo.

JPS, "Huracán sobre el azúcar"

Había un punto en el cual mi educación...

...me había marcado profundamente: pese a mis lecturas seguía siendo una mojigata. Tenía 16 años cuando una tía nos llevó a mi hermana y a mi a la sala Pleyel a ver una película de viajes. Todos los asientos estaban ocupados y nos quedamos de pie en el pasillo. Sentí con sorpresa unas manos que me palpaban a través de mi abrigo de lana; creí que trataban de robarme la cartera y la apreté bajo mi brazo; las manos siguieron triturándome, absurdamente. No supe qué decir ni qué hacer: me quede quieta.
Terminada la película un hombre que llevaba un sombrero marrón me señaló riendo a un amigo que también se puso a reír. Se burlaban de mi: ¿por qué?. No comprendí nada. Poco después alguien - ya no sé quien- me pidió que fuera a comprar a una librería religiosa de San Sulpicio cierta obra recreativa. Un empleado rubio, tímido, vestido con un largo guardapolvo negro, me preguntó cortésmente lo que deseaba. Se dirigió hacia el fondo de la tienda y me hizo una seña para que lo siguiera; me acerqué: abrió el guardapolvo descubriendo algo rosado; su rostro no expresaba nada y me quedé un instante azorada; luego volví la espalda y me fui. Su gesto disparatado me atormentó menos que en el escenario del Odéon los delirios del falso Carlos VI; pero me dejó la impresión de que inopinadamente podían ocurrir cosas raras...


S.B. "Memorias de una joven formal".

Sartre Acerca del Imperialismo Yankee

Había jugado con unos fósforos...

...y quemado una alfombrita. Estaba tratando de arreglar mi destrozo cuando, de pronto, Dios me vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuvo dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indignación; me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé, murmuré como abuelo: "Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios". No me volvió a mirar nunca más.
Acabo de contar la historia de una vocación fallida: necesitaba a Dios, me lo dieron, pero lo recibí sin comprender que lo buscaba. Al no poder enraizar en mi corazón, vegetó en mí durante algún tiempo y después se murio. Hoy, cuando me hablan de Él, digo con la diversión sin pena de un viejo enamorado que se encuentra con su vieja enamorada: "Hace cincuenta años, sin ese malentendido, sin esa equivocación, sin el accidente que nos separó, podría haber habido algo entre nosotros".

J.P.S "Las palabras".


Los estudiantes que frecuentaba en la Sorbona...

...chicas y chicos, me parecieron insignificantes; salían en bandas, reían demasiado fuerte, no se interesaban por nada y se conformaban con esa indiferencia. Sin embargo, advertí en un curso de historia de la filosofía a un joven de ojos azules y graves, mucho mayor que yo; vestido de negro, con un sombrero negro, no hablaba con nadie, salvo con una chica morena a quién él sonreía mucho. Un día estaba en la biblioteca traduciendo a Engels, cuando en su misma mesa unos estudiantes se pusieron a hacer ruido; sus ojos echaron chispas, con voz breve reclamó silencio con tal autoridad, que obedecieron en seguida. "¡Es alguien!", pensé impresionada. Conseguí hablarle y en adelante, cada vez que la morenita no estaba, conversábamos. Un día dimos algunos pasos juntos por el boulevard Saint- Michel: a la noche le pregunté a mi hermana si consideraba mi conducta incorrecta; me tranquilizó y reincidí. Pierre Nodier estaba vinculado al grupo "Philosophies" al que pretenecían Mohrange, Friedman, Henri Lefebvre, Politzer; gracias a los subsidios proporcionados por el padre de uno de ellos, rico banquero, habían fundado una revista, pero su protector, indignado por un artículo contra la guerra de Marruecos, les había cortado los viveres. Poco después, la revista había resucitado bajo otro título: L´Espirit. Pierre Nodier me trajo dos números: era la primera vez que yo tomaba contacto con los intelectuales de izquierda.


S.B "Memorias de una joven formal".

Cuando tenía unos diez años...

...me deleitaba leyendo Les transatlantiques: aparecen un pequeño americano y su hermana, de lo más inocentes por lo demás. Yo me encarnaba en el niño y amaba, a través de él, a Biddy, la niña. He pensado mucho tiempo en escribir un cuento sobre dos niños perdidos y discretamente incestuosos. En mis escritos pueden encontrarse las trazas de ese fantasma: Orestes y Electra en Las moscas, Boris e Ivich en Los caminos de la libertad. Frantz y Léni en Los secuestrados de Altona. Esta última pareja es la única que llega a las vías de hecho. Lo que me seducía en este lazo de familia no era tanto la tentación amorosa como la prohibición de hacer el amor: hielo y fuego, delicias y frustración mezcladas, el incesto me gustaba si seguía siendo platónico.

J.P.S. "Las palabras".

La llamaban Poupette...

...tenía dos años y medio menos que yo. Decían que se parecía al papá. Rubia, de ojos azules, en sus fotos de niña su mirada parece nublada de lágrimas. Su nacimiento había decepcionado porque toda la familia quería un chico; por supuesto, nadie le guardó rencor, pero acaso no sea indiferente que hayan suspirado alrededor de su cuna. Se esforzaban en tratarnos con exacta justicia; nuestra ropa era idéntica, salíamos casi siempre juntas, teníamos una sola vida para las dos; no obstante, como mayor yo gozaba de ciertas ventajas...
Victima de una oscura maldición, sufría y a menudo de noche, sentada en su sillita, lloraba. Le reprochaban su carácter rezongón: era otra inferioridad. Hubiera podido aborrecerme; paradógicamente sólo se sentia bien cuando estaba junto a mi. Confortablemente instalada en mi papel de mayor, no me jactaba de ninguna otra superioridad salvo de la que me daba la edad; consideraba a Poupette muy despierta para la suya; la veía exactamente como era: una igual un poco menor que yo; me agradecía mi estima y respondía a ella con una absoluta devoción. Era mi vasalla, mi segundo, mi doble: no podíamos estar la una sin la otra.


S.B "Memorias de una joven formal".

Un día...

...mientras estudiaba, sentada ante el escritorio de papá, advertí al alcance de mi mano una novela de tapa amarilla: Cosmópolis. Cansada, con la cabeza vacía, la abrí con un gesto maquinal; no tenía intención de leerla, pero me parecía que aún sin reunir las palabras en frases, una mirada lanzada al interior del volumen me revelaría el color de su secreto. Mamá apareció detrás de mi: "¿Qué haces?", "¡ No debes!" -dijo ella-. Nunca debes tocar los libros que no son para ti. Su voz suplicaba y había en su rostro una inquietud más convincente que un reproche: entre las páginas de Cosmópolis un gran peligro me acechaba.
...Mi prima Madeleine, sin embargo, leía cualquier cosa. Papá se había indignado al verla, a los doce años, sumida en "Los tres mosqueteros".
En 1919, mis padres, que habían encontrado en la rue de Rennes un apartamento menos costoso que el boulevard Montparnasse, nos dejaron a mi hermana y a mi en La Griellère hasta las dos primeras semanas de octubre, para mudarse tranquilamente. De la noche a la mañana estábamos a solas con Madeleine. Un día, sin premeditación, entre dos partidas de croquet, le pregunté de qué trataban los libros prohibidos; no tenía la intención de hacerme revelar el contenido; solamente quería comprender por qué razones estaban prohibidos.
Habíamos dejado los mazos, nos habíamos sentado las tres sobre el césped, en el borde de la pista donde estaban plantados los arcos. Madeleine vaciló, se echo a reir y se puso a hablar. Nos mostró su perro y nos hizo notar dos bolas entre sus piernas. "Y bien -dijo-, los hombres también las tienen"....

S.B "Memorias de una joven formal".

La fe nunca es entera...

...por profunda que sea. Hay que sostenerla sin cesar o al menos hay que impedir que se arruine. Yo estaba predestinado, era ilustre, tenía mi tumba en el Perè-Lachaise y tal vez en el Panteón, mi avenida en París, mis plazas y mis jardines en provincias, en el extranjero: sin embargo, en el seno del optimismo, invisible, innominado, mantenía la sospecha de mi inconsistencia. En Sainte-Anne, un enfermo gritaba desde su cama: ¡Soy un principe!, ¡Qué detengan al Gran Duque!. Se acercaban a él, le decían al oído: ¡Suénate la nariz!, y se sonaba; le preguntaban: ¿Qué oficio tienes?, y contestaba en voz baja: "Zapatero", y después se ponía a gritar otra vez. Nos parecemos todos a ese hombre, creo yo; por lo menos yo me parecía a él en los comienzos de mi noveno año; era principe y zapatero.
J.P.S. "Las palabras".

Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana...

... Habíamos perdido todos nuestros derechos y, ante todo, el de hablar; diariamente nos insultaban en la cara y debíamos callar; nos deportaban en masa, como trabajadores, como judíos, como prisioneros polítiAñadir imagencos; por todas partes, en las paredes, en los diarios, en la pantalla, veíamos el inmundo y mustio rostro que nuestros opresores querían darnos a nosotros mismos: a causa de todo ello éramos libres. Como el veneno nazi se deslizaba hasta nuestros pensamientos, cada pensamiento justo era una conquista; como una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio, cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios; como nos perseguían, cada uno de nuestros ademanes tenía el peso de un compromiso.
…Segundo a segundo vivíamos en su plenitud el sentido de esta frase trivial: «Todos los hombres son mortales». Y la elección que cada uno hacía de sí mismo era auténtica puesto que la realizaba en presencia de la muerte, puesto que ella siempre habría podido expresarse bajo la forma: «Antes la muerte que...». Y no me refiero a ese grupo escogido que formaron los verdaderos soldados de la Resistencia sino a todos los franceses que, a todas horas del día y de la noche y durante cuatro años, dijeron no....


JPS: "La República del Silencio"

Desde mi cuarto...

...oía a mi padre conversar de noche con mi madre y ese apacible murmullo me mecía; una noche, mi corazón casi cesó de latir, con voz pausada, apenas curiosa, mamá interrogaba: "¿A cuál de las dos chicas preferís?". Esperé que mi padre pronunciará mi nombre, pero, durante un instante que me pareció infinito, vaciló: "Simone es más reflexiva, pero Poupette es más cariñosa...". Siguieron pensando el pro y el contra y diciendo lo que les pasaba por el corazón: finalmente, se pusieron de acuerdo en querernos tanto a la una como a la otra: era lo que se lee en los libros: los padres quieren igual a sus hijos. No obstante sentí cierto despecho. No hubiera soportado que uno de ellos prefiriera a mi hermana; si me resignaba a una repartición imparcial, era porque estaba convencida de que sería a mi favor. Mayor, más sabia, más despierta que la menor, si mis padres sentían por nosotras la misma ternura, al menos debían estimarme más y sentirme más cerca de su madurez.

S.B. "Memorias de una joven formal".

Al encontrarnos en París...

...aún antes de definir nuestra relación, le habíamos dado en seguida una palabra: "Es un casamiento morganático". Nuestra pareja poseía una doble identidad. Por lo general éramos el señor y la señora M. Organático, funcionarios sin fortuna, sin ambición y satisfechos con poco. A veces me vestía con esmero, íbamos a un cine, a los Champs Élysées o al dancing de la Coupole y éramos millorarios norteamericanos, el señor y la señora Morgan Attiko. No se trataba de una comedia histérica destinada a convencernos de que durante algunas horas disfrutábamos de los placeres de los príncipes sino de una parodia que nos confirmaba en nuestro desdén por la gran vida: nuestras modestas galas nos colmaban, la fortuna no podía nada por nosotros: reivindicábamos nuestra condición. Pero al mismo tiempo pretendíamos evadirnos de ella: los pequeños burgueses desdorados que llamábamos el señor y la señora M. Organático no eran verdaderamente nosotros: al jugar a ponernos en su pellejo nos distinguíamos de ellos...

S.B. "La plenitud de la vida"

En mis juegos...

...sólo admitía la maternidad a condición de negar los aspectos alimenticios. Despreciando a las demás niñas que se divierten con ellas con incoherencia, teníamos, mi hermana y yo, una manera particular de considerar a nuestras muñecas; sabían hablar y razonar, vivían dentro del mismo tiempo que nosotras, con el mismo ritmo, envejecían veinticuatro horas por día: eran nuestros dobles. En la realidad, yo era más curiosa que metódica, más fervorosa que detallista, pero solía perseguir sueños esquizofrénicos de rigor y de economía...
Aceptaba la discreta colaboración de mi hermana a la que ayudaba imperiosamente a educar a sus propios hijos. Pero no aceptaba que un hombre frustrara mis responsabilidades: nuestros maridos viajaban. En la vida, yo sabía, es totalmente distinto: una madre de familia esta siempre flanqueada de un marido; mil tareas fastidiosas la abruman. Cuando evoqué mi porvenir, esas servidumbres me parecieron tan pesadas que renuncié a tener hijos propios; lo que me importaba era formar espíritus y almas: me haré profesora, decidí.


S.B. "Memorias de una joven formal"

Empece mi vida como sin dudar la acabaré...

... en medio de los libros. En el despacho de mi abuelo había libros por todas partes, estaba prohibido limpiarles el polvo salvo una vez por año, en octubre, antes del comienzo de clases. No sabía leer aún y ya reverenciaba esas piedras levantadas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en las estanterías de la biblioteca o noblemente espaciadas formando avenidas de menhires; sentía que la prosperidad de nuestra familia dependía de ellas. Se parecían todas; yo retozaba en un santuario minúsculo, rodeado de monumentos rechonchos, antiguos, que me habían visto nacer, que habían de verme morir y cuya permanencia me garantizaba un porvenir tan tranquilo como el pasado. Yo las tocaba a escondidas para honrar a mis manos con su polvo, pero no sabía que hacer con ellas y asistía cada día a unas ceremonias cuyo sentido se me escapaba."

J.P.S. "Las palabras".