La imposibilidad vencida....

De todos esos noctámbulos, Castro es el más despierto; de todos esos ayunadores, es Castro el que puede comer más y ayunar más tiempo. Hablaré de su locura: la suerte de Cuba. Pero, de todas maneras, los rebeldes son unánimes en eso: no pueden pedir esfuerzos al pueblo si no son capaces de ejercer sobre sus propias necesidades una verdadera dictadura. Trabajando veinticuatro horas seguidas y más; acumulando las noches en vela; mostrándose capaces de olvidar el hambre, hacen retroceder para los jefes los límites de lo posible. Semejante triunfo provisional; esa imagen presente en todas partes, de la revolución actuando siempre, alienta a los trabajadores de la isla a liquidar definitivamente el fatalismo y a conquistar todos los días, sobre el viejo infierno irrisorio de la imposibilidad. Para decirlo todo, los jefes hacen lo imposible. Lo hacen cada día y saben que no lo harán mucho tiempo: la imposibilidad vencida se venga del vencedor acortándole la vida. Pero, ¿experimentan ellos un deseo de morir viejos?.
No les agrada el rebelde que se retira: la rebelión no es un honorariato. Por otra parte, hace cuatro años que tomaron una decisión radical: podrían matarlos, pero no someterlos. De esa manera, su nueva vida nació de una muerte aceptada. Era una iniciación, el bautismo de fuego. Hoy, Batista está derrocado y los otros adversarios de Cuba vacilan: es demasiado tarde o demasiado pronto para pelear. Pero la presencia de la muerte está en ellos; su existencia ya está dada; no se la han quitado todavía, pero siguen ofreciéndola. El frenesí en el trabajo es el desgaste: su vida arde y se consumirá rápidamente por una obra que durará mucho tiempo.

JPS, "Huracán sobre el azúcar"

Había un punto en el cual mi educación...

...me había marcado profundamente: pese a mis lecturas seguía siendo una mojigata. Tenía 16 años cuando una tía nos llevó a mi hermana y a mi a la sala Pleyel a ver una película de viajes. Todos los asientos estaban ocupados y nos quedamos de pie en el pasillo. Sentí con sorpresa unas manos que me palpaban a través de mi abrigo de lana; creí que trataban de robarme la cartera y la apreté bajo mi brazo; las manos siguieron triturándome, absurdamente. No supe qué decir ni qué hacer: me quede quieta.
Terminada la película un hombre que llevaba un sombrero marrón me señaló riendo a un amigo que también se puso a reír. Se burlaban de mi: ¿por qué?. No comprendí nada. Poco después alguien - ya no sé quien- me pidió que fuera a comprar a una librería religiosa de San Sulpicio cierta obra recreativa. Un empleado rubio, tímido, vestido con un largo guardapolvo negro, me preguntó cortésmente lo que deseaba. Se dirigió hacia el fondo de la tienda y me hizo una seña para que lo siguiera; me acerqué: abrió el guardapolvo descubriendo algo rosado; su rostro no expresaba nada y me quedé un instante azorada; luego volví la espalda y me fui. Su gesto disparatado me atormentó menos que en el escenario del Odéon los delirios del falso Carlos VI; pero me dejó la impresión de que inopinadamente podían ocurrir cosas raras...


S.B. "Memorias de una joven formal".

Sartre Acerca del Imperialismo Yankee

Había jugado con unos fósforos...

...y quemado una alfombrita. Estaba tratando de arreglar mi destrozo cuando, de pronto, Dios me vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuvo dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indignación; me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé, murmuré como abuelo: "Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios". No me volvió a mirar nunca más.
Acabo de contar la historia de una vocación fallida: necesitaba a Dios, me lo dieron, pero lo recibí sin comprender que lo buscaba. Al no poder enraizar en mi corazón, vegetó en mí durante algún tiempo y después se murio. Hoy, cuando me hablan de Él, digo con la diversión sin pena de un viejo enamorado que se encuentra con su vieja enamorada: "Hace cincuenta años, sin ese malentendido, sin esa equivocación, sin el accidente que nos separó, podría haber habido algo entre nosotros".

J.P.S "Las palabras".


Los estudiantes que frecuentaba en la Sorbona...

...chicas y chicos, me parecieron insignificantes; salían en bandas, reían demasiado fuerte, no se interesaban por nada y se conformaban con esa indiferencia. Sin embargo, advertí en un curso de historia de la filosofía a un joven de ojos azules y graves, mucho mayor que yo; vestido de negro, con un sombrero negro, no hablaba con nadie, salvo con una chica morena a quién él sonreía mucho. Un día estaba en la biblioteca traduciendo a Engels, cuando en su misma mesa unos estudiantes se pusieron a hacer ruido; sus ojos echaron chispas, con voz breve reclamó silencio con tal autoridad, que obedecieron en seguida. "¡Es alguien!", pensé impresionada. Conseguí hablarle y en adelante, cada vez que la morenita no estaba, conversábamos. Un día dimos algunos pasos juntos por el boulevard Saint- Michel: a la noche le pregunté a mi hermana si consideraba mi conducta incorrecta; me tranquilizó y reincidí. Pierre Nodier estaba vinculado al grupo "Philosophies" al que pretenecían Mohrange, Friedman, Henri Lefebvre, Politzer; gracias a los subsidios proporcionados por el padre de uno de ellos, rico banquero, habían fundado una revista, pero su protector, indignado por un artículo contra la guerra de Marruecos, les había cortado los viveres. Poco después, la revista había resucitado bajo otro título: L´Espirit. Pierre Nodier me trajo dos números: era la primera vez que yo tomaba contacto con los intelectuales de izquierda.


S.B "Memorias de una joven formal".

Cuando tenía unos diez años...

...me deleitaba leyendo Les transatlantiques: aparecen un pequeño americano y su hermana, de lo más inocentes por lo demás. Yo me encarnaba en el niño y amaba, a través de él, a Biddy, la niña. He pensado mucho tiempo en escribir un cuento sobre dos niños perdidos y discretamente incestuosos. En mis escritos pueden encontrarse las trazas de ese fantasma: Orestes y Electra en Las moscas, Boris e Ivich en Los caminos de la libertad. Frantz y Léni en Los secuestrados de Altona. Esta última pareja es la única que llega a las vías de hecho. Lo que me seducía en este lazo de familia no era tanto la tentación amorosa como la prohibición de hacer el amor: hielo y fuego, delicias y frustración mezcladas, el incesto me gustaba si seguía siendo platónico.

J.P.S. "Las palabras".