...Louise –quien había trabajado en casa cuidando de Poupette y de mi- vivía con su marido, el retejador, en un cuarto de la rue Madame, en la buhardilla; tuvo un bebé y fui con mamá a verla. Nunca había puesto los pies en una buhardilla. El triste corredor al que daban una docena de puertas, todas iguales, me estrujó el corazón. El cuarto de Louise, minúsculo, contenía una cama de hierro, una cuna, una mesa, y sobre ella un calentador; ella dormía, cocinaba, comía, vivía con un hombre entre esas cuatro paredes; a lo largo del corredor, las familias se ahogaban, emparedadas en covachas idénticas; ya la promiscuidad en la que yo vivía y la monotonía de mis días burgueses me oprimían. Entreví un universo donde el aire que se respiraba tenía gusto de hollín, donde jamás una luz horadaba la mugre: la existencia era una lenta agonía. Poco después Louise perdió a su hijo. Sollocé durante horas: era la primera vez que me enfrentaba con la desgracia. Me imaginaba a Louise en su cuarto, triste, privada de su hijo, privada de todo: semejante desamparo debería hacer explotar la tierra. “¡Es demasiado injusto!”, me decía. No pensaba solamente en el niño muerto sino en el corredor del sexto piso. Terminé por secar mis lágrimas sin haber puesto a la sociedad en tela de juicio.
S.B. "Memorias de una joven formal".
S.B. "Memorias de una joven formal".