Lo que me ocurre, me ocurre por mí...


...y no podría ni dejarme afectar por ello, ni rebelarme, ni resignarme. Por otra parte, todo lo que me ocurre es mío; con ello ha de entenderse, en primer lugar, que siempre estoy a la altura de lo que me ocurre, en tanto que hombre, pues lo que ocurre a un hombre por otros hombres o por él mismo no puede ser sino humano. Las más atroces situaciones de la guerra, las más crueles torturas, no crean un estado de cosas inhumano: no hay situación inhumana; sólo por el miedo, la huída y el expediente de las condutas mágicas decidiré de lo inhumano; pero esta desición es humana y me incumbe su entera responsabilidad. La situación es mía, además, porque es la imagen de mi libre elección de mi mismo, y todo cuanto ella me presenta es mío porque me presenta y me simboliza. ¿No soy yo quién decide sobre el coeficiente de adversidad de las cosas, y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir de mí mismo?. Así, en una vida no hay accidentes: un acaecimiento social que de pronto irrumpe y me arrastra, no proviene de afuera; si soy movilizado en un guerra, esta guerra es mía, esta hecha a mi imagen y la merezco. La merezco en primer lugar, porque siempre podía haberme sustraído a ella, por la deserción o el suicido; estos posibles últimos son los que siempre hemos de tener presentes cuando se trata de encarar una situación. Al no haberme sustraído, la he elegido: pudo ser por flaqueza, por cobardía ante la opinión pública, porque prefiero ciertos valores a la negación de hacer la guerra (la estima de mis allegados, el honor de mi familia, etc.). De todos modos se trata de una elección; elección reiterada luego, de manera continua, hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues la frase de J. Romains: "En la guerra no hay víctimas inocentes". Así, pues, si he preferido la guerra a la muerte o al deshonor, todo ocurre como si llevara enteramente sobre mis hombros la responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros la han declarado, y podría incurrise en tentación de considerarme como mero cómplice. Pero esta noción de complicidad no tiene sino un sentido jurídico; en nuestro caso, es insostenible, pues ha dependido de mí que para mí y por mí esa guerra no existiera, y yo he decidido que exista. No ha habido coerción, pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, como lo hemos dicho y repetido en este libro, lo propio de la realidad humana es ser sin excusa. No me queda, pues, sino reinvindicar esa guerra como mía. Pero además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una situación que yo hago ser y de no poder descubrirla sino comprometiéndome en pro o en contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mí y la elección que hago de la guerra; vivir esta guerra es escogerme por ella y escogerla por mi elección de mi mismo.
J.P.S. "EL SER Y LA NADA".