La llamaban Poupette...

...tenía dos años y medio menos que yo. Decían que se parecía al papá. Rubia, de ojos azules, en sus fotos de niña su mirada parece nublada de lágrimas. Su nacimiento había decepcionado porque toda la familia quería un chico; por supuesto, nadie le guardó rencor, pero acaso no sea indiferente que hayan suspirado alrededor de su cuna. Se esforzaban en tratarnos con exacta justicia; nuestra ropa era idéntica, salíamos casi siempre juntas, teníamos una sola vida para las dos; no obstante, como mayor yo gozaba de ciertas ventajas...
Victima de una oscura maldición, sufría y a menudo de noche, sentada en su sillita, lloraba. Le reprochaban su carácter rezongón: era otra inferioridad. Hubiera podido aborrecerme; paradógicamente sólo se sentia bien cuando estaba junto a mi. Confortablemente instalada en mi papel de mayor, no me jactaba de ninguna otra superioridad salvo de la que me daba la edad; consideraba a Poupette muy despierta para la suya; la veía exactamente como era: una igual un poco menor que yo; me agradecía mi estima y respondía a ella con una absoluta devoción. Era mi vasalla, mi segundo, mi doble: no podíamos estar la una sin la otra.


S.B "Memorias de una joven formal".

Un día...

...mientras estudiaba, sentada ante el escritorio de papá, advertí al alcance de mi mano una novela de tapa amarilla: Cosmópolis. Cansada, con la cabeza vacía, la abrí con un gesto maquinal; no tenía intención de leerla, pero me parecía que aún sin reunir las palabras en frases, una mirada lanzada al interior del volumen me revelaría el color de su secreto. Mamá apareció detrás de mi: "¿Qué haces?", "¡ No debes!" -dijo ella-. Nunca debes tocar los libros que no son para ti. Su voz suplicaba y había en su rostro una inquietud más convincente que un reproche: entre las páginas de Cosmópolis un gran peligro me acechaba.
...Mi prima Madeleine, sin embargo, leía cualquier cosa. Papá se había indignado al verla, a los doce años, sumida en "Los tres mosqueteros".
En 1919, mis padres, que habían encontrado en la rue de Rennes un apartamento menos costoso que el boulevard Montparnasse, nos dejaron a mi hermana y a mi en La Griellère hasta las dos primeras semanas de octubre, para mudarse tranquilamente. De la noche a la mañana estábamos a solas con Madeleine. Un día, sin premeditación, entre dos partidas de croquet, le pregunté de qué trataban los libros prohibidos; no tenía la intención de hacerme revelar el contenido; solamente quería comprender por qué razones estaban prohibidos.
Habíamos dejado los mazos, nos habíamos sentado las tres sobre el césped, en el borde de la pista donde estaban plantados los arcos. Madeleine vaciló, se echo a reir y se puso a hablar. Nos mostró su perro y nos hizo notar dos bolas entre sus piernas. "Y bien -dijo-, los hombres también las tienen"....

S.B "Memorias de una joven formal".

La fe nunca es entera...

...por profunda que sea. Hay que sostenerla sin cesar o al menos hay que impedir que se arruine. Yo estaba predestinado, era ilustre, tenía mi tumba en el Perè-Lachaise y tal vez en el Panteón, mi avenida en París, mis plazas y mis jardines en provincias, en el extranjero: sin embargo, en el seno del optimismo, invisible, innominado, mantenía la sospecha de mi inconsistencia. En Sainte-Anne, un enfermo gritaba desde su cama: ¡Soy un principe!, ¡Qué detengan al Gran Duque!. Se acercaban a él, le decían al oído: ¡Suénate la nariz!, y se sonaba; le preguntaban: ¿Qué oficio tienes?, y contestaba en voz baja: "Zapatero", y después se ponía a gritar otra vez. Nos parecemos todos a ese hombre, creo yo; por lo menos yo me parecía a él en los comienzos de mi noveno año; era principe y zapatero.
J.P.S. "Las palabras".

Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana...

... Habíamos perdido todos nuestros derechos y, ante todo, el de hablar; diariamente nos insultaban en la cara y debíamos callar; nos deportaban en masa, como trabajadores, como judíos, como prisioneros polítiAñadir imagencos; por todas partes, en las paredes, en los diarios, en la pantalla, veíamos el inmundo y mustio rostro que nuestros opresores querían darnos a nosotros mismos: a causa de todo ello éramos libres. Como el veneno nazi se deslizaba hasta nuestros pensamientos, cada pensamiento justo era una conquista; como una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio, cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios; como nos perseguían, cada uno de nuestros ademanes tenía el peso de un compromiso.
…Segundo a segundo vivíamos en su plenitud el sentido de esta frase trivial: «Todos los hombres son mortales». Y la elección que cada uno hacía de sí mismo era auténtica puesto que la realizaba en presencia de la muerte, puesto que ella siempre habría podido expresarse bajo la forma: «Antes la muerte que...». Y no me refiero a ese grupo escogido que formaron los verdaderos soldados de la Resistencia sino a todos los franceses que, a todas horas del día y de la noche y durante cuatro años, dijeron no....


JPS: "La República del Silencio"

Desde mi cuarto...

...oía a mi padre conversar de noche con mi madre y ese apacible murmullo me mecía; una noche, mi corazón casi cesó de latir, con voz pausada, apenas curiosa, mamá interrogaba: "¿A cuál de las dos chicas preferís?". Esperé que mi padre pronunciará mi nombre, pero, durante un instante que me pareció infinito, vaciló: "Simone es más reflexiva, pero Poupette es más cariñosa...". Siguieron pensando el pro y el contra y diciendo lo que les pasaba por el corazón: finalmente, se pusieron de acuerdo en querernos tanto a la una como a la otra: era lo que se lee en los libros: los padres quieren igual a sus hijos. No obstante sentí cierto despecho. No hubiera soportado que uno de ellos prefiriera a mi hermana; si me resignaba a una repartición imparcial, era porque estaba convencida de que sería a mi favor. Mayor, más sabia, más despierta que la menor, si mis padres sentían por nosotras la misma ternura, al menos debían estimarme más y sentirme más cerca de su madurez.

S.B. "Memorias de una joven formal".

Al encontrarnos en París...

...aún antes de definir nuestra relación, le habíamos dado en seguida una palabra: "Es un casamiento morganático". Nuestra pareja poseía una doble identidad. Por lo general éramos el señor y la señora M. Organático, funcionarios sin fortuna, sin ambición y satisfechos con poco. A veces me vestía con esmero, íbamos a un cine, a los Champs Élysées o al dancing de la Coupole y éramos millorarios norteamericanos, el señor y la señora Morgan Attiko. No se trataba de una comedia histérica destinada a convencernos de que durante algunas horas disfrutábamos de los placeres de los príncipes sino de una parodia que nos confirmaba en nuestro desdén por la gran vida: nuestras modestas galas nos colmaban, la fortuna no podía nada por nosotros: reivindicábamos nuestra condición. Pero al mismo tiempo pretendíamos evadirnos de ella: los pequeños burgueses desdorados que llamábamos el señor y la señora M. Organático no eran verdaderamente nosotros: al jugar a ponernos en su pellejo nos distinguíamos de ellos...

S.B. "La plenitud de la vida"

En mis juegos...

...sólo admitía la maternidad a condición de negar los aspectos alimenticios. Despreciando a las demás niñas que se divierten con ellas con incoherencia, teníamos, mi hermana y yo, una manera particular de considerar a nuestras muñecas; sabían hablar y razonar, vivían dentro del mismo tiempo que nosotras, con el mismo ritmo, envejecían veinticuatro horas por día: eran nuestros dobles. En la realidad, yo era más curiosa que metódica, más fervorosa que detallista, pero solía perseguir sueños esquizofrénicos de rigor y de economía...
Aceptaba la discreta colaboración de mi hermana a la que ayudaba imperiosamente a educar a sus propios hijos. Pero no aceptaba que un hombre frustrara mis responsabilidades: nuestros maridos viajaban. En la vida, yo sabía, es totalmente distinto: una madre de familia esta siempre flanqueada de un marido; mil tareas fastidiosas la abruman. Cuando evoqué mi porvenir, esas servidumbres me parecieron tan pesadas que renuncié a tener hijos propios; lo que me importaba era formar espíritus y almas: me haré profesora, decidí.


S.B. "Memorias de una joven formal"

Empece mi vida como sin dudar la acabaré...

... en medio de los libros. En el despacho de mi abuelo había libros por todas partes, estaba prohibido limpiarles el polvo salvo una vez por año, en octubre, antes del comienzo de clases. No sabía leer aún y ya reverenciaba esas piedras levantadas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en las estanterías de la biblioteca o noblemente espaciadas formando avenidas de menhires; sentía que la prosperidad de nuestra familia dependía de ellas. Se parecían todas; yo retozaba en un santuario minúsculo, rodeado de monumentos rechonchos, antiguos, que me habían visto nacer, que habían de verme morir y cuya permanencia me garantizaba un porvenir tan tranquilo como el pasado. Yo las tocaba a escondidas para honrar a mis manos con su polvo, pero no sabía que hacer con ellas y asistía cada día a unas ceremonias cuyo sentido se me escapaba."

J.P.S. "Las palabras".