...por profunda que sea. Hay que sostenerla sin cesar o al menos hay que impedir que se arruine. Yo estaba predestinado, era ilustre, tenía mi tumba en el Perè-Lachaise y tal vez en el Panteón, mi avenida en París, mis plazas y mis jardines en provincias, en el extranjero: sin embargo, en el seno del optimismo, invisible, innominado, mantenía la sospecha de mi inconsistencia. En Sainte-Anne, un enfermo gritaba desde su cama: ¡Soy un principe!, ¡Qué detengan al Gran Duque!. Se acercaban a él, le decían al oído: ¡Suénate la nariz!, y se sonaba; le preguntaban: ¿Qué oficio tienes?, y contestaba en voz baja: "Zapatero", y después se ponía a gritar otra vez. Nos parecemos todos a ese hombre, creo yo; por lo menos yo me parecía a él en los comienzos de mi noveno año; era principe y zapatero.
J.P.S. "Las palabras".
J.P.S. "Las palabras".
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