...mientras estudiaba, sentada ante el escritorio de papá, advertí al alcance de mi mano una novela de tapa amarilla: Cosmópolis. Cansada, con la cabeza vacía, la abrí con un gesto maquinal; no tenía intención de leerla, pero me parecía que aún sin reunir las palabras en frases, una mirada lanzada al interior del volumen me revelaría el color de su secreto. Mamá apareció detrás de mi: "¿Qué haces?", "¡ No debes!" -dijo ella-. Nunca debes tocar los libros que no son para ti. Su voz suplicaba y había en su rostro una inquietud más convincente que un reproche: entre las páginas de Cosmópolis un gran peligro me acechaba.
...Mi prima Madeleine, sin embargo, leía cualquier cosa. Papá se había indignado al verla, a los doce años, sumida en "Los tres mosqueteros".
En 1919, mis padres, que habían encontrado en la rue de Rennes un apartamento menos costoso que el boulevard Montparnasse, nos dejaron a mi hermana y a mi en La Griellère hasta las dos primeras semanas de octubre, para mudarse tranquilamente. De la noche a la mañana estábamos a solas con Madeleine. Un día, sin premeditación, entre dos partidas de croquet, le pregunté de qué trataban los libros prohibidos; no tenía la intención de hacerme revelar el contenido; solamente quería comprender por qué razones estaban prohibidos.
Habíamos dejado los mazos, nos habíamos sentado las tres sobre el césped, en el borde de la pista donde estaban plantados los arcos. Madeleine vaciló, se echo a reir y se puso a hablar. Nos mostró su perro y nos hizo notar dos bolas entre sus piernas. "Y bien -dijo-, los hombres también las tienen"....
S.B "Memorias de una joven formal".
...Mi prima Madeleine, sin embargo, leía cualquier cosa. Papá se había indignado al verla, a los doce años, sumida en "Los tres mosqueteros".
En 1919, mis padres, que habían encontrado en la rue de Rennes un apartamento menos costoso que el boulevard Montparnasse, nos dejaron a mi hermana y a mi en La Griellère hasta las dos primeras semanas de octubre, para mudarse tranquilamente. De la noche a la mañana estábamos a solas con Madeleine. Un día, sin premeditación, entre dos partidas de croquet, le pregunté de qué trataban los libros prohibidos; no tenía la intención de hacerme revelar el contenido; solamente quería comprender por qué razones estaban prohibidos.
Habíamos dejado los mazos, nos habíamos sentado las tres sobre el césped, en el borde de la pista donde estaban plantados los arcos. Madeleine vaciló, se echo a reir y se puso a hablar. Nos mostró su perro y nos hizo notar dos bolas entre sus piernas. "Y bien -dijo-, los hombres también las tienen"....
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